Hasta que decidimos volver a colgarla en la pared pasaron cinco años. Cada día de esos cinco años que lo intentamos fue un intento fallido.
-La muerte pesa demasiado para colgarla en el salón-, me decía mirando la foto de nuestro hijo desaparecido. Yo le observaba y no veía más que a un padre derrumbado; ya no quedaba nada del marido seguro de si mismo, alegre y optimista que había conocido.
Le di el martillo y la alcayata, y encajé la pena como pude, en la caja de herramientas.
Todavía hoy, veinte años después de aquel día, me pregunto si al final pesa más la muerte…o la vida.