“¿Otro café?”
Ella no contestó; apagada y muda me dejó indeciso sin saber
muy bien qué hacer.
Solo ante el abismo de la duda, vacilé unos momentos y al final tuve que
echarle el resto. Decidí que sí…un día más.
Cada mañana ella siguió en sus trece, inexpresiva y reservada.
“Estoy un poco harto de tus conversaciones en silencio”- le reproché -
Entonces, triste y parsimonioso, le puse el agua, le puse el café y le di al
botón.
Después de pensárselo 4 minutos, sin moverse del lugar en el que se encontraba,
me dio un pitido humeante de aprobación.