Verba volant, scripta manent.

Oimiakón


Oimiakón Oymyakón
Oimiakón/Oymyakón



OIMIAKÓN
 Ven conmigo, me dijiste. Y lo dejé todo. Me llevaste a Oimiakón. 
Al cabo de un tiempo todo comenzó a enfriarse y mi corazón se quedó helado; pero descubrí que, con un poco más de tiempo, el frío deja de ser frío y se convierte en otra cosa menos gélida pero con esa misma pátina que tiene el hielo y en la que todo resbala. Indiferencia. Fue entonces cuando fui capaz de regresar a casa, al calor del verdadero hogar.



Caldos de invierno


Dalí para Macbeth de Shakespeare
Dibujo de Salvador Dalí para la edición especial de Macbeth



“...Lomo de culebra de agua
vaya a cocer al puchero:
ojo de tritón, aleta
de rana,boca de perro,
lengua partida de vibora,
pelambrera de murciélago,
pata de lagarto, en el cocimiento
hiervan fuerte y con burbujas,
y hagan buen caldo de infierno.
Escama de dragón, diente
de lobo, cadáver seco
de bruja, fauces y panza
de tiburón traicionero,
raíz de cicuta, a oscuras
arrancada: de un blasfemo
judío, el hígado: hiel
de macho cabrío negro:
ramas de tejo cortadas
mientras la luna en el cielo
se eclipse: nariz de turco,
labios de tártaro, dedo
de niño ahogado en el parto,
en una zanja naciendo
de madre desgraciada:
hacednos un caldo espeso,
añadid las entrañas
de un tigre, y ya está el caldero”



"Macbeth" (Escena primera, acto IV) de W. Shakespeare.
Imagen: S. Dalí para la Edición especial de Planeta.



Un poema de Ernesto Frattarola


© Hilario Barrero
© Hilario Barrero

PRÓTESIS

A mi madre
le han puesto una rodilla de titanio.

Tiene ochenta y un años y una gran cicatriz.

Camina por la casa.

Debajo de la piel
guarda el ruido de todos los serruchos,
las lágrimas de los primeros pasos,
la ausencia del ausente.

Y una rodilla metálica y fría
como mi corazón. 




De Cuadernos De Humo Dieciocho. Editado por Hilario Barrero



Ambición extrema


"Macbeth" de W. Shakespeare
"Macbeth" de W. Shakespeare


"Toma el aspecto de la flor inocente,
 pero sé la serpiente debajo de ella." 




Taxi-dermista


© Ryan Weidman


Le di la dirección de la boutique. Paró el taxímetro (el arte requiere su tiempo). Rellenó mi cuerpo de cera y luego lo recubrió con resina y fibra de vidrio. Ahora luzco en un escaparate de la 5ª con la 57 y mi corazón cuelga, como un péndulo, del espejo retrovisor por el que nos cruzamos aquel día la mirada. Me dejó intacto el brillo de los ojos.




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